martes, 23 de septiembre de 2008

"La columna de Kaya"

Marchando, Una de Piratas ...
In memoriam J.C.
A mis cinco lectores.
(Advetencia: es más largo que los anteriores, y en algunos puntos flaquea, el que avisa no es traidor. Yo personalmente lo leería mientras suena “Selvagem?” el long-play, completo, de Os Paralamas do Sucesso)
El perseguidor.
“Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a otra”. Esos son los tres primeros renglones del cuento “El otro cielo” de Julio Cortázar. Esos tres renglones son para quienes en la brevedad pueden encontrar significados. Tonto Robin Hood, me los robo y se los regalo, allí ha de haber algo de arte. Los hechos verídicos, inverosímiles e insignificantes que se relatarán a continuación, aclaro, NO SON ARTE.Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y yo cedía terreno aceptando sin resistencia el camino que me llevaba en un incansable zapping de actividades sin razón. Esa tarde, de la que quiero empezar a contarles, estaba abombado; mis pensamientos iban de una cosa a la otra, seguramente como consecuencia de la mezcla casi letal de la altura, el cansancio, el jarabe dudoso que bebía y la charla empobrecedora que sostenía con el Cholo, que desde el otro lado de la mesa, en una bruma, me decía: “¿Hermano de qué palomas me hablas? ¿Tú estás bien? No era una palomas, era un tipo gordos, con peinado a la gominas y acarmelados”; “¿Dónde?”, pregunté. “Se fue en un suspiro”, suspiró el Cholo.
Había llegado a Vallegrande, Bolivia, invitado por mi amigo el astrofísico del altiplano el Dr. Newton Einstenio Mana Yachanichu, más conocido como el Cholo. En el marco del congreso bienal “Ciencia y Fútbol” se celebraría en el Club Atlético Traición y Canonización Juniors una conferencia que llevaba el curioso título “¿Qué la pelota no dobla? ¡¡¡ESTA!!!”. El Cholo pensaba que ese tema entraba en la órbita de mis intereses y me envió gentilmente una invitación con los pasajes de tren, bus, vicuña e instrucciones para hacer dedo en trayectos inhóspitos. El Cholo pensaba mal, el tema no me interesaba, pero como considero que la amabilidad debe ser correspondida dije que sí y aproveché el viaje para dejar en las afueras de la ciudad una florcita silvestre traída del futuro y cuyo lugar apropiado en estos tiempos era ese en donde finalmente la deposité.
Los congresistas llegaban de todas partes del mundo desde hacía 15 días y, hasta que no llegara el último invitado a la conferencia que inauguraría el Congreso, no había mucho que hacer. Para matar el tiempo, aunque el tiempo no exista y por esa simple razón no pueda ser matado, y eso lo sabía muy bien Newton Einstenio, fatigábamos las horas en el bar “El Mirador”. Esa tarde, la tarde en que quiero que comience esta historia, tomaba una Fanta cuyo vencimiento había expirado hacía meses, y un sánguche de pollo que consistía en una alita con sus huesos medio cocinada, incluso con algunos cabos de plumas, entremedio de dos panes; lo riesgoso del brebaje vencido era compensado con el gusto dulzón como de Cirulaxia que me remitía a mis años de infancia, y lo soportaba por el hecho de que la bebida opcional era una chicha artesanal elaborada por el hermano del Cholo, quien (yo ya sabía) había cumplido una larga campaña como futbolista semi-amateur jugando para los Guanacos de Uyuni. En medio de mi aturdimiento, y si es que un aturdimiento puede tener una estructura en la cual especificar su punto medio, una paloma mensajera gorda como un gato de angora se posó en el respaldar de una de las sillas vacías de nuestra mesa, le balbuceé algo que no recuerdo, me miró a los ojos y me dijo: “Nada pibe, soy la Paloma de la Paz Bolivia, traigo un mensaje para vos”, y con su piquito sacó un papel que traía enrollado en su anillo colombófilo, lo depositó sobre el cenicero y remontó vuelo hacia el infinito y más allá. La incorporación en mi cerebro de una paloma mensajera me conectó cinematográficamente a Marlon Brando en “Nido de ratas” y a Forest Whitaker en “Hagakure”, y claro al puerto y a un barco en una azotea, flor de premonición, supe que había de partir de Bolivia. Lo miré al Cholo y le pregunté: “¿Viste lo que hizo esa paloma”, y bué, ya saben … : “¿Hermano de qué palomas me hablas? ¿Tú estás bien? No era una palomas, era un tipo gordos, con peinado a la gominas y acarmelados”; “¿Dónde?”, pregunté. “Se fue en un suspiro”, suspiró el Cholo, “Che Cholo, ¿no dijo ni chau?”, “Niet, solo dijos: “Sé fiel hasta la muerte. Apocalipsis, 2,10”.
Cuando desperté en la posada de Don René Villegas, un sobre descansaba sobre mi pecho, en su interior: dinero, pasajes y un papelito diminuto que tuve que leer con la lupa de mi Vitorinox, recitando la escueta instrucción: “Investigar resultado inédito en un partido de fútbol Aveiro vs. Fordlandia. Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos”. El Cholo y la conferencia deberían esperar para dentro de 2 años en la próxima bienal. Otra vez on the road … entre el humo y el olor a papel quemado salí persiguiendo el absoluto por el absurdo …
Lugar llamado Kindberg. 24 hs. en Fordlandia.
Deshilvanar el periplo que desarrollé hasta llegar a Fordlandia, (margen del río Tapajós, estado de Pará, Brasil) sería motivo para una novela de viaje, les ahorraré el tormento. Solo diré que estuve en Forlandia-Aveiro 24 hs., que si las 4 ó 5 sombras con las que pude charlar no eran fantasmas y decían la verdad, en el partido de fútbol que se jugó para dirimir que nombre le quedaría al páramo como definitivo, ambos equipos perdieron por el resultado de 2-0. Increíble. Muchas veces en un estadio había deseado que los dos equipos perdiesen, me acuerdo de una final del Nacional del 78 River-Independiente, la del 2002 Alemania-Brasil, el partido Contadores C -Universitarios; pero ya sabemos que ese resultado es imposible, bué, era. Porque en la convicción de los espectrales testigos y algunos que dijeron ser protagonistas (una vieja sin dientes manifestó haber jugado de carrilero por la derecha para Aveiro; un guacamayo hablador aseguró haber sido el centre-half de Fordlandia), ambos equipos habían perdido la disputa.Ja, pero muchachos, esto recién empieza. La noche me condujo al muelle a esperar el barco que me llevara a Santarem, una niebla densa impedía ver más allá de mis narices, o sea a unos 30 cm., solo se escuchaban los bufidos de unos peixe-bois que, según me comentó una hormiga de unos 7 cm. de largo que pasaba por ahí, era un presagio de mala fortuna. Llegó el barco y subí.
La nave de los locos.
“Nada excita más nuestra repugnancia que el canibalismo; nada destruye con tanta seguridad una sociedad; nada, podríamos argüir, endurece y degrada tanto el espíritu de quienes lo practican”. Así comienza un relato de viaje escrito en 1888 por Robert Louis Stevenson. Qué tiene que ver con lo que a continuación relataré, probablemente nada, pero posiblemente algo.
Embarqué en el “Malcolm Rocamadour” como pasajero. Durante 10 días fui mucho más que eso. Fui rehén, tripulante, prisionero, estibador, cronista, condenado e indultado, seducido; al fin abandonado. En fin, una vez que subí erróneamente no me permitieron bajar, me comunicaron que quedaba a disposición del capitán por haber abordado sin permiso.
“¿Narrar o describir?” se pregunta un científico de la lengua, haré lo que pueda. Cualquier intento de dar una semblanza exacta de la realidad de los personajes que constituían la tripulación de la nave sería inerte, como querer contar aquel pase-gol de Michael Laudrup en el Mundial ´98, o aquel otro de Riquelme contra Racing ya no me acuerdo cuando.
La nave era un típico barco amazónico como el que “Fitzcarraldo” hizo cruzar sobre una colina en plena selva, con algunas características especiales, nada de bergantín, ni diez cañones por banda, ni mucho menos medio plano de un botín.
Los tripulantes gustaban de definirse como piratas, y algo de cierto había; casi todos eran unos parias, desterrados, marginales, o simplemente una suerte de escoria multinacional que vivían del saqueo y el contrabando en el particular mundo del río. La mayoría de los detalles de sus vidas los escuché de boca del afgano Omar Persio Nou-Jan Simbmanos, que era una especie de desocupado del (b)arco, sus manos y sus pies estaban casi inservibles a causa del congelamiento que sufrió en un naufragio cercano a las Faroe Islands, decían que no servía para ningún puesto, entonces andaba deambulando al pedo por las diferentes cubiertas. Me acerqué a él pensando que nos unía una coincidencia religiosa porque escuche que lo nombraban como el “Bañero de Marley”; luego me enteré que el Marley al que se referían era una jirafa argentina, coqueta y hedonista y no el dios de las antillas.
Los Premios.
Lo primero que Omar me hizo notar fue del “muro” que se erigía dividiendo la proa del resto del barco, lo que sucedía en la parte delantera era un misterio, un área vedada a casi todos a excepción del capitán que era un anciano inglés que decía llamarse Sir Charles Shepherd, y que vivía añorando sus días en un transatlántico high life, del que dicen fue expulsado por viejo, testarudo e incompetente. A la proa solo lo acompañaba su ayudante el gallego Leite Comigordas, que se caracterizaba por una insensibilidad alarmante, incluso al diámetro de las cinturas de las mujeres y su fealdad, y que repetía en voz muy baja una especie de oración que rezaba “corneta … entucasa … corneta … comuanoche … corneta”. El otro marinero que había osado traspasar el muro hacia la proa, quedó sumido en una locura desesperada desde que vio lo que allí había, yacía ahora en una jaula colgada en el mástil de popa, lo alimentaban con pescado crudo en el que disimulaban una pastilla tranquilizadora, solo lo soltaban en el momento de la batalla, era el tasmanio Hasper O. Maddogg.
Las versiones de lo que había en el castillo de proa iban desde una cabeza nuclear soviética, hasta la lámpara de Aladino, pasando por las manos de Perón, un extraterrestre embalsamado, Elvis Aaron Presley aún vivo, los juegos de camisetas afanados a Abogados D en el Nacional de Córdoba, una fortuna en lecops y patacones, la versión original del cuadro de Courbet “El origen del mundo”; y al fin, la romántica hipótesis de que ahí dilataban su vejez en un camarote en suite fastuoso los colombianos Fermina Daza y Florentino Ariza. Esta última versión estaba sustentada en que la bandera izada era la amarilla indicativa de “cólera a bordo”. Los desmitificadores decían, realistas y categóricos, que la única cólera a bordo era la de Hasper, y que sería ridículo enarbolar la bandera negra con dos tibias y peronés o fémures y calavera anche cúbito dorsal para que todo el mundo estuviera avispado de la naturaleza de la embarcación.
El centro del muro divisorio era dominado por tres gigantografías atravesadas por una banda que decía “betrayers”, debajo de las horribles caras de los antiguos integrantes de la tripulación lucían sus nombres para el escarnio diario de los fieles, eran: el irlandés Popeye Mooner, el polaco Ernest Konrad “Angry Great Captain” y el italo-americano Peter Poncharello. Los dos primeros marinos, cansados de la vida de carencias y sinsabores, habían abandonado el “Malcolm Rocamadour” para unirse al “Nuovo Andrea Doria”, una fragata de primera categoría; y el Peter se retiró a gastar sus días como azafato en el “Crucero do Amor – Aposentados”.
Bestiario.
El batallón de retaguardia estaba formado por los mellizos hispano-lusitanos Longo y Largo, quienes habían nacido uno a cada lado de la frontera en el taxi en marcha que llevaba a su madre de Elvas (Portugal) a Badájoz (España); ambos padecían una dolencia congénita resultado de un accidente en el vientre materno; al parecer Longo le habría propinado a su gemelo Largo un rodillazo en la cabeza, lo que causó que este gozara de una dudosa cordura y el otro rengueara desde su nacimiento sin prisa pero sin pausa. También militaban en este sector el teutón, veterano de la batalla del Olímpico de Roma, Herr Kameraden Jürgen “Zwölf Bier” Klisman, quien lejos de tener una pata de palo, tenía las dos patas de palo. Completaban la zaga, el genovés “Pinocchio” Condorelli (¿por qué le dirían “Pinocchio”?) y el corzo Marcel Pallazzo que lucía el típico parche en el ojo, a veces en el ojo izquierdo, otras en el derecho, y un garfio reemplazando una de sus manos que era la envidia del afgano Omar.
En la avant-garde se destacaban (qué caprichosa la significación de esa imagen acústica) el artillero maorí Demian Wet-Powder Ninvunvol, y el angoleño Luciano XXL Salazar, al parecer estos potentes atacantes eran capaces de desequilibrar el barco enemigo al momento de abordarlo ellos solos.
En la sala de máquinas el alquimista holandés Vitov Van der Boichuken y su ayudante el magnate argento-taiwanés Julio Maltín Luthel Kuin Balelo cumpliendo un post-grado en piratería en el exterior. A este par técnico no los vi en toda mi estadía en la embarcación, solo escuché algún murmullo cuando ingresaban al “porâo” los bidones de combustible destilado y las veteranas del elenco de visitadoras del barco de Pantaleón.
La escueta y desprovista cantina era atendida por el camboyano Hó-La-Choi y su joven aprendiz tupí-nambá que había sido capturado en un saqueo junto con su perro y respondía al nombre de Venanciu Penaiu; al feroz animal (el canino) siguiendo su origen tribal amazónico lo apelaron como “Ucaciqui”, era un típico perro callejero que no dejaba de hacer cagadas y mostraba los dientes cuando se lo reprendía. La cocina estaba a cargo del gourmet franco-argelino Michel Rondpuant Argel. Hacía las veces de grumete Vadinho Falçao, un gamín recogido en la ciudad de Tabatinga.
Un marinero que había sido reclutado por su frondosa hoja de vida y pronunciado prontuario deambulaba por el barco decepcionando a sus camaradas en cada tarea que emprendía, era el nicaragüense Mauro “Bluff” Bengalí Serogol, oriundo como lo decía su seudónimo de la pequeña isla que sirve de puerto exterior a la ciudad de Bluefields (¿o sería por otra cosa?).
Completaban los recursos humanos del navío, tres marines desertores de la U.S.Navy, el peruano-australiano Inti Iyi-Money, el guyano Art Duró des Jambes, y el albino camerunés Serge Seryó-Ó. Si bien estos tres provenían del cuerpo de elite de la flota pirata más grande del sistema solar, se les estaba haciendo pagar el derecho de piso, haciéndoselo fregar de sol a sol y por las noches obligándolos a vestirse de bailarinas hawainas al ritmo de la batuta de “Bluff”, esto cuando el barco de Pantaleón y sus visitadoras tardaba en aparecer.
Anteúltimamente (?), en el puesto del vigía a 12 m. de altura sobre la cubierta superior vivía el anacoreta pernambucano Joâo Paulo Fernandes Flashi de Coelho, que no estaba ahí para cumplir función alguna, ni castigado, sencillamente odiaba a todo el planeta, empezando por su pueblo natal, su país y al público en general, y no ahorraba saliva en vapulear a toda la tripulación.
Finalmente, una mención especial para los dos plumíferos que mascoteaban (?) el ambiente, el infaltable lorito que hablaba en francés conocido como Petit Pouchí, que se gastaba el día gritando órdenes de a bordo en general y de batalla en particular, y a las que nadie obviamente daba la menor importancia. El otro plumífero tenía toda la apariencia de ser un ave trepadora, quizás también un loro, que vestía una capa y un antifaz, y que se opinaba había pertenecido al paraguayo José (In)Félix Chilavert, ya que la única frase que sabía decir era “Yo soy el mejor”; para diferenciarlo del perruche français lo llamaban Loroman.
Me cansé. Si llegaron hasta acá los felicito.
Circe. Sábados de Super-Acción (Bonus track para aburridos)
Para evitar que me escapara (no sé donde podría haber huido en un río plagado de pirañas, cocodrilos, mosquitos del tamaño de gorriones, remolinos, corrientes fluviales, contrabandistas y si llegabas a la orilla: jaguares o reducidores de cabeza), decía, para evitar que me escapara … en la noche me estaqueaban en la cubierta superior de cara a las estrellas, es decir pasaba la noche boca arriba. Contemplar la vía láctea en esas noches sin lunas fue un premio que no esperaba recibir en mi vida, sentí que era uno con el universo y que en el vaivén de la navegación el mundo respiraba en mi mismo registro. Ese esplendor de los sentidos fue interrumpido en tres noches consecutivas por la aparición subrepticia de una princesa amazónica con un cuerpo moreno acojonante y que lucía por todo vestuario una brillante y tenue capa de sudor que sabía a miel y un blue velvet al sur de su ombligo que ocultaba apenas ese obscuro objeto del deseo del gen XY; la belleza de su rostro abochornaba al arte clásico, su torso se empinaba en dos colinas puntiagudas de una perfección perturbadora, sus glúteos rememoraban al bíblico fruto de la perdición. Esas tres noches experimenté lo que debió sentir Clint Eastwood atado a una silla en el film “The Rookie” cuando Sonia Braga se lo montaba lujuriosa y vengativa. Incapaz de defender el oprobio de la vejación de que era víctima mi carne y mi espíritu, me dejé llevar entre el néctar de sus muslos y gocé como un animal ajeno a toda ética. Fueron tres noches de sexo desenfrenado, no había amor en esos movimientos, ni en aquellos sonidos del placer, ni en los aromas de los trillos de la entrega. La última noche supe que la princesa de la oscuridad solo quería saciar un instinto animal, lo supe por las únicos fonemas de emitió que fueron palabras, antes de irse de mi vista para siempre me espetó: “O Arthur Antunes Coimbra foi melhor que O Diegote”. Inconcebible, que un objeto tan bello en el plano de las tres dimensiones careciera del mínimo criterio en el ejercicio del pensamiento, me devolvió al mundo real. Y jamás llegué a saber su nombre, el nombre de la rosa.
(Esas 5 últimas palabras me brindarán 100 años de perdón, y quien sabe si de soledad. Reflexionando en esa dirección, ¿no les parece increíble que el copión de Umberto Eco, se llame justamente “ECO”? Semiótico diría él, semiológico digo yo. Un tipo que se gana la vida hablando de los signos, lleva en su nombre un cartel que nos indica que lo que nos dice no es más que cosas que se les han ocurrido a otros, y que el viene a repetirlas como un eco –bué, esa frase tiene muchos “ques”, horrible-; cuando el engaño se detiene, cuando el afano se descubre, es simplemente patético. ¿Qué condena llevaré yo por robar lo que otros han escrito antes?)
Alguien que anda por ahí.
Ya habíamos dejado atrás el codo en el que se unen el Tapajós y el Amazonas, el “Malcolm Rocamadour” se balanceaba ahora entre dos inmensidades, el anchísimo río marrón y la esfera celeste. Pensé: qué extraño que en las formas de las nubes se puedan presagiar destinos tan disímiles según el prisma con que se las mire.
La clepsidra no tenía descanso, las jornadas se sucedían sin mayores novedades, el mundo del río puede ser también un pequeño y monótono mundo cuando uno pasa ahí las 25 horas del día. La tripulación era como una gran familia italiana, se peleaban, discutían, se disparaban, luego se abrazaban, lloraban juntos, se reían, se contaban historias mil veces oídas, se emborrachaban y a veces también se emborrachaban, mmmmm … ah, ya dije eso. Las noches pasaban sin mayores sobresaltos, leía el “Ulises” de Joyce, luego, atado, inventaba en el espacio exterior una fiesta de figuras mitológicas, al fin me dormía hasta el amanecer.
El quinto día se me acercó el Cap. Shepherd con Petit Pouchí parado en el hombro y con su voz de Bee Gees me dijo que me necesitaban para la próxima acción; me negué diciendo que yo era un amateur, que ni loco entrenaría ni haría ejercicios de simulacro bélico; me dijo que no eran necesarios, que estaría exento de cumplirlos, que lo único que me pedía era que me parara en el medio del campo de batalla y que luego de la contienda relatara los hechos para que el mundo supiera de ellos y lo que realmente hacían, Petít Pouchí repetía en francés todo lo que el capitán me hablaba en anglosajón antiguo, la verdad un bicho inteligente che.Mis pensamientos naufragaban en un mar de dudas (ja), ¿qué haría en el medio de un ataque de piratas?, lo único que me tranquilizaba era la sensación de que los tripulantes de ese barco tampoco tenían mucha idea; recordé lo que mi tía Águeda Ritadottir no se cansaba de repetir “mal de muchos, consuelo de tontos”, y este sin dudas era un Vandergraffiano “Ship of fools”. Necesitaba urgente ayuda divina, no había un puto disco de Bob Marley, las pilas de mi walk-man extenuaban su carga en el epileidi del marinero Bengalí, y para colmo Leite por orden del capitán ponía en el fonógrafo por quicuagésima vez el tema “Dormi na praça” cantado por Bruno e Marrone para acalmar a Hasper. Mais, tout à coup, apenas ingresamos en los “estreitos” unas canoas salieron al paso del “Malcolm Rocamadour”, iban ocupadas por unos pibes que lanzando unas sogas que se enganchaban a la baranda de la popa inventaban un puente por el que subían a ofrecer sus mercaderías: camarôes, sangue de boto, djavan, açai, luz do sol, zum de besouro, um imâ, branca é a tez da manhâ, minas antipersonales belgas, dagas persas. En un quítame esas pajas, las sonrisas de los marineros se transformaron en carcajadas de descaro mirando a un gordito luchar contra la ley de gravedad en su ascenso por el puente sogal (?). El gordo agitado lo consiguió, pero … pero … qué grande sos! “¡Don Obón!”, “Shhhhhhh, pibe … No seas boludo, acá me llaman Pixote”, “¿Qué carajo hace acá viejo?”, “Vendo açaí”, logró desconcertarme el ángel guardián de Barracas. “Pensé que venía a darme una mano”, el imprescriptible viejo alzando intermitentemente las cejas me respondió: “Y claro, ¿no conocés las propiedades energizantes del açaí? Te hago precio, ¿qué mejor ayuda que esa?”, “Viejo no joda, qué estoy metido en un kilombo”, “Te dije en Vallegrande, pero vos estabas alucinado con Fanta. … Che pibe, tenés el melón duro, eh? No es que yo venga a ayudarte, yo fluyo, soy alguien que nada por ahí, es mi laburo, estoy para restituir los agujeros en el espacio-tiempo … ¡Ja! No te asustés pibe, eso se lo escuché decir a un pelado en una peli que ví en el Electric de Lavalle”, “Menos mal que se apersonó, estos tipos no le dan bola a nadie, ya estaba por hacerlo aparecer como Campanita”, “Pibe, no te hagás el vivo, que con esa cara te van a vender acciones para la Ciudad Deportiva de Boca”, “¿Qué?... La puta que lo parió, ya compré”, “No aprendés más, sos un naipe, decí que te queda algo de corazón, sino … Bué, basta, tomá el açaí”, “Ya se va?”, “Sip, me las pico. ¡Abrí los radares!, cuando llegue el momento no te olvides del bicharraco rosa con cara de mexicano”, “¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde?”; saltó por la borda de babor y se fue nadando con unos manatíes parientes lejanos del maorí Ninvunvol.
El ídolo de las Cícladas. Las guerras médicas.
El séptimo día de mi periplo-cautiverio amaneció espléndido, ninguna nube que “leer” excepto en la mirada de algunos acagatados (?) rostros, sería una tarde ideal para la práctica de la piratería. A las 10 de la mañana sintonizaron en una vieja radio a bujías, en frecuencia pirata claro, el programa “As Armas Secretas” conducido por Zé Auvaritu, demoramos un café con ron y bombas de caranguejo hasta pasado el mediodía; me tocó el honor de compartir la mesa del Capitán, quien en un breve discurso (con una voz de falsete Abba ´79) que obviamente Petit Pouchí que almorzaba abrazado a Condorelli repetía en un perfecto francés, me nombró como el “Trovador de Empresas y Tribulaciones del Malcolm Rocamadour en su viaje por el Trópico” y entonces me animé a cantar “What a Wonderful World”, por suerte no solo el galego Leite Comigordas carecía de sensibilidad, sino que muchos otros ignoraban lo que se define socialmente como buen gusto y aplaudieron entusiasmados mi interpretación; creo que el zogaca precompetitivo ya hacía mella en algunos ánimos. Mientras Sir Charles le meaba el bote salvavidas a Demian Wet Powder, Petit Pouchi daba la formación inicial de ataque y develaba contra quien sería la acción, los gritos agudos del ave se perdían en el horizonte inescuchados (?). Atacaríamos a una nave sanitaria, el botín pretendido era: medicamentos, comida, alcohol, combustible, una médica sueca y la mayor cantidad de enfermeras posibles, y me olvidaba, la gloria.
Desde el momento que Joâo Paulo gritó desde el carajo “enemigo a la vista”, se arrió la bandera amarilla y se izó la Skeletor (la blanqui-negra tradicional). No puedo contar aquí exhaustivamente los fragores de la lucha, los copy-rights pertenecen a la O.N.G. “Salvemos al Malcolm Rocamadour”, solo lanzaré unos apuntes apurados:
-Al Capitán y al artillero no se los vio en toda la batalla.
-En un ataque rápido el marinero Bengalí logró penetrar las defensas médicas que, aunque casi pierde una pierna, permitieron que Luciano XXL fusilara un costado del barco enemigo.
-Con disparos de artillería de lejano alcance nos estaban cascando el flanco derecho de nuestra defensa, hasta que lograron emparejar la contienda.
-El viento, árbitro natural en este tipo de enfrentamientos, soplaba a favor de los médicos, y lograba inclinar el campo de batalla en nuestra contra.
-Hasper se pasó de vueltas, la pastilla estaba perdiendo efecto.
-Promediando el combate, Hasper y Hó-La-Choi, a pesar de declarar estar enteros, son enviados a la sala de máquinas a charlar con el magnate taiwanés y el holandés.
-Clonando la táctica rival el camerunés Seryó-Ó y Leite logran desequilibrar el enfrentamiento.
-Leite en un lance que va más allá de su destreza, alarga la diferencia. No sabe como exteriorizar su satisfacción.
-El corzo del parche en el ojo dice estar encandilado por el sol que estaba a su espalda (¿se le encandiló el culo?), y no puede evitar un grave daño en nuestra defensa.
-La batalla está a punto de terminar, el entrometido Loroman queriendo enderezar un entuerto se complica, yo me duermo abrazado a un palo, y la derrota moral nubla el cielo como una bandada de langostas.
-En agonía, el Bluff se acuerda para que lo habían traído y en un ataque casi kamikaze, sentencia el resultado.-Botín casi inmejorable, festejos, todos lucharon bien.
-Al mejor estilo CNN en la guerra del golfo modelo ´91, diré que no resultaron bajas en ninguno de los contrincantes.
-Una semana de tregua.
Axolotl.
El botín fue rápidamente repartido, lograron conseguir casi todo lo que se propusieron, excepto la doctora sueca y las enfermeras, en el apuro de saquear el botiquín los encargados de capturar el personal femenino, Pinocchio Condorelli y el Bengalí, dijeron haberse “distraído” en ese segmento de interés, bué no comment. Aún así, la gran cantidad de alcohol etílico y las pastillas para el tasmanio compensaron la “distracción” de los marineros negligentes.
En la nave propia pocas pérdidas, dentro de las que se contaba, por suerte, el disco de Bruno e Marrone.
Yo por mi parte en medio del saqueo me escondí bajo la túnica una pecera con un extraño espécimen, rara mezcla entre un batracio y un pez, rosado y con cara de mexicano.
La euforia del triunfo empezó a nublar el entendimiento, rápidamente el ambiente se torno dionisíaco y la confusión crecía al son de carcajadas endemoniadas, gritos de “Dale campeón”, cánticos atávicos, órdenes contradictorias, designios de grandeza que se recitaban en diferentes lenguas; en fin, un contexto que auguraba una noche de desmesura. Con todas mis fuerzas resistí la embriaguez del entusiasmo y recordando el enigma lanzado por el inasible viejo Obón empecé a observar al bicho que permanecía inmóvil en su burbuja de vidrio. Sin dudas era un ajolote (Āxōlōtl, Ambystoma mexicanum) su mirada sin párpados entabló un duelo con la mía y mi conciencia entró en un cono espiral que terminó en un momentáneo desmayo, cuando recobré el sentido mi punto de vista era de una extrañeza que jamás antes había experimentado, quise llevarme las manos a la cabeza y no pude, mis manos ya no eran otra cosa que unas pequeñas garras de anfibio, miré desesperado alrededor y al ver mi “cáscara” de homo sapiens sapiens desparramada a mi lado comprendí lo que había sucedido. Lo primero que sentí fue horror, lo segundo fue un horror más grande. Cuando mi complejo neuronal se acomodó a la realidad inexorable, y la ausencia de párpados o manos que me impidieran observar lo que estaba sucediendo se me hizo evidente, comprendí que ser un axolotl podría ser el salvoconducto que me mantuviera con vida. Vi mi cuerpo de hombre ser sacudido como una bolsa, oí como me llamaban “étranger” y como me acusaban de poner en riesgo el éxito de la batalla por quedarme dormido abrazado a un palo, escuché espantado como aullaban órdenes de lanzarme a la gran fogata que habían encendido sobre la misma cubierta y que iluminaba los rostros desencajados de los filibusteros. Por suerte el envoltorio inerte que era mi cuerpo no los sedujo y una aflautada vocecilla ordenó que lo ataran al palo mayor “para que sea el testigo privilegiado” del banquete que se sucedería.
Final del juego.
El festejo duró 2 días. Contar lo que presencié desde mi anatomía de anfibio sería degradar la especie humana a la altura de la repugnancia. Daré una idea aproximada acotando, enigmático, que en mi ensueño me sentí como el “entenado” de Saer ante el deleite y frenesí de los indios colastiné en su banquete ritual. Cuando la somnolencia empezó a disiparse, arrastrándome torpemente me acerqué a mi cuerpo de hombre y con un esfuerzo sobreanfíbico logré devolver mi alma y todo lo demás a mi apolínea anatomía humana justo en el momento que Leite pateaba al ajolote que me había salvado, sino de la muerte, por lo menos de la degradación de mi espíritu, cayendo el animal fuera de borda y siendo comido por un pez volador aún antes de que toque el agua del río.
Los piratas se recobraban lentamente, el aspecto del barco era lamentable, en la jaula elevada de popa se desperezaban el tasmanio, el gemelo de Extremadura y el perro que había sido rebautizado como “Travacique”, en el aro del loro francés se confundían en una masa informe cual dos palomas torcazas el mismísimo Petit Pouchí y el genovés, apoyados al barril de ron se amontonaban Longo, Omar y Jürgen asemejándose a un monstruo de 3 cabezas, claro que con una sola pierna útil. A un grito delicadísimo del Cap la tripulación se reunió desordenadamente en la cubierta superior. Solo faltaba el grumete. Según afirmaron algunos marineros, Vadinho se había subido a la jangada del conquistador Lope de Aguirre (“La ira de Dios”) con destino a la búsqueda de la mítica ciudad perdida de El Dorado; yo sabía que eso no era cierto.
Quedaba aún un pequeño episodio en la travesía. El “Malcolm Rocamadour” giró a babor, se adentró en uno de los canales del delta del coloso potamos, y fue al encuentro de una barca indígena adornada de flores. De la proa descendió una figura totalmente cubierta con una manta blanca, a través del lienzo pude adivinar de quien se trataba y saber que lo que recordaba como una alucinación morfea había sucedido realmente, la balsa se retiró hacia la playa con su divina carga, desde unas canoas subían unas sospechosas cajas de madera. Sir Charles volvió de la proa se dirigió hacia mí fríamente: “Game over”, en eco escuché “Final du jeu”, “Fucking parrot” musité, “Siempre me sacan cuando menos quiero irme, qué manera de abusar de la “regra três”, el capitán agregó: “Shut up animal, safaste por un pelo, ahora te toca hacernos conocer al mundo, te vamos a estar vigilando”. Sorprendido advertí que, en lugar de arrojarme a los cocodrilos, esperaba una balsa que me depositó en la orilla opuesta. La tripulación ignoró mi partida olímpicamente, salvo Joâo Paulo que me puteaba desde las alturas mandándome “à tonga da mironga do kabuleté”. Lo último que vi fue a un grupo de piratas que siguiendo la voz de mando de Bengalí Serogol ensayaban unos pasos de ballet al son de “In the Navy” de Village People.
Adiós, Robinson.
Me permitieron quedarme con mi mochila plumita y algunos objetos sin interés para ellos, por supuesto que el “Ulises” de Joyce era uno de esos objetos, y otro era mi sistema de GPS que me permitió saber que había estaba “renaciendo” a las afueras de Belém, una caprichosa casualidad.
Se preguntarán ustedes, de la misma forma que me lo pregunto yo en este momento, ¿qué tiene que ver todo esto que conté con el fútbol? Les respondo y me respondo: no lo sé. Había salido de mi casa para asistir a una inofensiva conferencia en Vallegrande, luego tuve que investigar escuetamente sobre un resultado absurdo en Fordlandia, al fin terminé relatando hechos ajenos al interés de la agrupación que me patrocina y de los lectores de esta columna. Pero … pero … digo “pero”, me gusta pensar que como el fútbol, todas las actividades que desarrolla el hombre en alguna medida pueden ser miradas como una metáfora de la totalidad de la experiencia de estar vivo; entonces, les dejo esos más de tres renglones como aporte al pensamiento inútil de relacionar cualquier cosa con el todo, sabiendo que ese todo no es la simple suma de las partes.
Escribo esto en un bar del “puerto madero” de Belém. Ya me olvidé que fui un “Robinson” hace menos de 3 días. Mientras escucho “Titties & Beer” de Frank Zappa el azar (¿el azar?) quiere que una moza con una sonrisa de Mona Lisa y típico fenotipo brasileño deje una “Antártica” estúpidamente gelada sobre mi mesita, quién sabe lo que pueda pasar; por lo pronto mañana juegan Boca-Paysandú el partido de vuelta de la Copa Libertadores 2003 (guardo la invitación en el bolsillo secreto de mi boxer Kevingston verde con tréboles de cuatro hojas blancos, la suerte tiene que estar conmigo); ya todos los genios del periodismo deportivo dan por descontada la eliminación de Boca, pero digo otra vez ¿quién sabe lo que pueda pasar? Esto es fútbol, está todo por escribirse. Yo por lo pronto, trataré de ser fiel hasta la muerte, y luego … que sea el Armageddon.
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Kaya Rastaman